Fundó el Banco de Ojos del Instituto Nacional de Oftalmología y contribuyó a que en el Perú se hicieran realidad los trasplantes de córnea. A sus 79 años, el doctor Carlos Siverio continúa realizando cirugías. También escribe décimas y toca piano.
Carlos Siverio Zaffirio, el veterano de la oftalmología peruana, lleva lentes sin montura y el cabello cano peinado hacia atrás. Escribe décimas con la misma prolijidad que ordena una cirugía y tiene destreza para el piano y la guitarra. Desde la oficina del doctor Siverio hay una privilegiada vista hacia un parque de San Borja. En el escritorio, notas dispersas, un computador y una maqueta de esos órganos que lo fascinaron desde que era universitario. “Y digo fascinaron porque los ojos son un prodigio”, interviene con un adjetivo exacto.
Si fueran una cámara fotográfica, por ejemplo, equivaldrían a una de 576 megapíxeles. Cada ojo tiene casi 125 millones de bastones (células fotorreceptoras de la retina) que nos permiten distinguir formas; y otros 7 millones de conos (células fotosensibles) que nos ayudan a diferenciar colores: 10 millones de colores, el lienzo de la vida. El doctor Siverio, que los estudia —y trata— desde hace medio siglo, sabe cuánto ha avanzado esta disciplina en el país: empezó a ejercerla cuando aún no se practicaban trasplantes de córnea —“aún no había ley”—, y cuando una operación de cataratas significaba “sacar el ojo, abrirlo y meter una pinza hasta extraer la carnosidad”.
Eran los setentas. “Son generaciones de avances, pero alguna vez la gente murió por intentar curar esa opacidad del cristalino, como verdaderamente se llama la catarata”, dice el especialista, cuyo currículo incluye desde una insignia de Gran Oficial entregada por el Congreso, por su contribución a la oftalmología, hasta un milagro: devolvió la visión a un paciente que quedó ciego por una uveítis (inflamación de la úvea, la capa intermedia del ojo).
Ojo con las córneas
Cuando aquellos métodos arcaicos estaban vigentes, Siverio empezó a trabajar en el hospital Santo Toribio de Mogrovejo junto al doctor Francisco Contreras Campos, que hoy le da su nombre al Instituto Nacional de Oftalmología (INO). El doctor Contreras fue su profesor y, desde luego, su mentor: había quedado sorprendido al leer su tesis sobre patologías oculares con la que Siverio se graduó, y le consiguió una beca en Florida, en el servicio de córnea de un hospital estadounidense.
Lo que el doctor Siverio no sabía era que ese viaje marcaría un hito en su especialidad: gracias a él se hicieron realidad los trasplantes de córnea en el país, que solo en 2018 mejoraron la vida de 736 peruanos. Y después fundaría el Banco de Ojos. No es exageración: Siverio conoció y trabajó, en EE.UU., con Mc. Carey y H. Kaufman, los biólogos que desarrollaron el primer método de conservación de córneas y cuyos nombres aparecen en la historia de la medicina. “Son líquidos completamente estériles donde se conserva el tejido vivo durante varios días. Me volví su amigo a punta de cebiches —se ríe esta tarde, en su oficina que huele a lavandina—, me dieron la fórmula y hasta ahora sigue acá”.
Y con esa fórmula adquirida, Siverio volvió de su pasantía, se reunió con un excompañero de colegio y le pidió un favor. “Era el hijo del general Juan Velasco Alvarado, que entonces era presidente. Le dije: pregúntale a tu papá si por resolución suprema puede crear el Banco de Ojos en centros del Ministerio y Seguridad Social. Al otro día llega: dice mi papá que le mandes los datos. Y quince días después salió el decreto”. Así fue. Así le gusta contarlo.
Hace tres años, el INO le puso su nombre al Departamento de Enfermedades Externas, Córnea y Cirugía Refractiva. Pero cuando uno se lo recuerda, Siverio sonríe con calma y encoge los hombros. A una edad en que los médicos optan por el retiro, él todavía realiza cirugías junto a su hijo, Carlos Siverio junior. Por lo demás, prefiere pasar sus días con sus cinco nietos, escuchar sinfonías de Bach o leer, por ejemplo, a Neruda, que escribió una oda que dice así: “Ojo, globo de maravilla […], perla elaboradora, maquinita rápida, fotógrafo vertiginoso, revelador de asombro”.
Fuente: La República